EN LA MENTE ADOLESCENTE
Estilos de vida.
Rebeldes,
impulsivos,
desmotivados…
¿Por qué los jóvenes sacan de quicio a los adultos?
Nos metemos
en su cerebro para comprobar y tratar de comprender los cambios evolutivos que
están viviendo.
Las últimas caladas y al taller.
Arriba en una sala del centro de salud La Garena de Alcalá de Henares (Madrid),
espera el resto de chavales. Patricio Ruiz Lázaro es el pediatra encargado de
este proyecto, dividido en siete sesiones, que busca desarrollar la inteligencia
emocional de jóvenes entre 15 y 20 años. Hoy hay un invitado: este periodista,
que les remitirá las preguntas de padres que no paran de cuestionarse cómo
funciona el cerebro de sus vástagos en plena edad del pavo. Las más de 30
cuestiones recabadas giran en torno a los mismos temas: qué les interesa a los
chicos, qué significa para ellos el futuro, por qué no se comunican con sus
padres, por qué nada les motiva, por qué no se esfuerzan, cómo ven el contexto
social y político… Llegan los tardones oliendo a tabaco y se sientan al final.
Apenas participan. Están pendientes del whatsapp del móvil. Uno de los temas que
más atención concitan es el de su desinterés por la actualidad política.
Responden con frases como “¿acaso se merece algún respeto?”, “cuando los
políticos empiecen a hacernos caso, entonces se lo haremos nosotros a ellos”,
“ya sabemos que todo va mal” o “la estabilidad es una mierda”. Para el resto de
temas, la mayoría contesta con desgana.
Adolescencia, época de cambios y rebeldía. La
mayoría de los padres ven cómo sus adorables bebés pasan a convertirse en seres
contestones. Los adultos les reprochan falta de implicación y responsabilidad,
además de amor por el riesgo, actitud desafiante, desacato a las normas o falta
de concentración y de esfuerzo. Ninguna novedad a la vista. Sócrates, en el
siglo IV antes de Cristo, ya se quejaba de lo mismo: “Nuestros adolescentes
ahora aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad. Muestran
poco respeto por sus superiores y prefieren la conversación insulsa al
ejercicio. Los muchachos son ahora los tiranos y no los siervos de sus hogares
(…). No respetan a sus padres”.
¿Qué tienen en la mente para que se comporten así por los siglos de los siglos? No solo las hormonas andan revolucionadas. Sus cerebros también están en plena metamorfosis.
¿Qué tienen en la mente para que se comporten así por los siglos de los siglos? No solo las hormonas andan revolucionadas. Sus cerebros también están en plena metamorfosis.
No son niños, pero tampoco adultos.
Desde los seis años ya tienen establecida la estructura básica del cerebro, que
a esa edad ha alcanzado el 90% de su tamaño definitivo. Cuando nacemos ya
contamos con todas las neuronas, cientos de miles de millones, que necesita
nuestra vida y estas empiezan a establecer conexiones. El primer desarrollo se
produce en la parte posterior del cerebro, la que atiende a funciones básicas
como la visión, el movimiento y el procesamiento fundamental de datos, y pasan
años hasta que esa maduración se produce en la zona frontal, a cargo de las
tareas más complejas. Las últimas investigaciones aseguran que este último
progreso culmina en torno a los 20 años, mucho tiempo después de lo que se
pensaba hace una década.
Lo explica Fernando Mulas Delgado,
neuropediatra y director del Instituto Valenciano de Neurología Pediátrica
(Invanep): “En el adolescente encontramos dos sistemas madurando: el área del
lóbulo frontal anterior, relacionada con la atención y con el mecanismo del
control de la inhibición cortical, es decir, de los impulsos, y el área
hemisférica del lado posterior derecho, relacionada con el manejo del control
motórico y de la espera”. Los dos sistemas, apunta Mulas, están relacionados
con la región subcortical, que es la estructura más profunda del cerebro y la
que se encarga de la prevención y anticipación de consecuencias. Nada en el
cerebro está aislado. La región subcortical está próxima al hipocampo, que
ajusta la inhibición, la memoria espacial y la orientación, y a la amígdala
cerebral, que regula las emociones, la conducta y la memoria.
El terremoto que asola la mente
adolescente es total. Ahora ya se entiende por qué los chavales tienden a
precipitarse, a tener ataques de ira y a no anticiparse a las situaciones. ¿Se
distraen con facilidad? Sí. Una investigación de la University College de
Londres, publicada en The Journal of Neuroscience, sugiere que a los
adolescentes y jóvenes les cuesta concentrarse debido a que su cerebro aún se
parece más al de los niños que al de los adultos. Tiene mayor cantidad de
materia gris, que forma la corteza cerebral y está integrada por células y
conexiones que transmiten los mensajes. Esta materia gris se reduce a la vez
que uno envejece con el objetivo de desechar las conexiones innecesarias que
hacen del cerebro una máquina poco eficiente. El cerebro del adolescente está
en proceso de refinamiento, pero en ocasiones falla y es incapaz de alternar la
atención entre sus pensamientos y su entorno. Se queda atascado.
Y no hay más que mirarles la cara.
Algunos de los chavales del taller de inteligencia emocional tienen la mirada
perdida. Debaten sobre las relaciones familiares y su visión del tiempo:
–Nunca nos vamos a expresar de la
misma manera con nuestros padres que con nuestros amigos.
–Yo confianza en mis padres tengo la
justa. No les cuento las cosas malas.
–Ellos quieren que pensemos en el
futuro, pero para nosotros el futuro es un año, como mucho. Yo solo pienso en
aprobar este curso. Cuando llegue a
final de curso, ya pensaré en el año siguiente.
–No tenemos paciencia. Al principio
te pones a estudiar. Luego dejas de esforzarte porque ves los exámenes muy
lejanos. Y cuando te das cuenta, ya no llegas.
El presentismo, esa filosofía de
vida. Los adolescentes buscan el aquí y el ahora. Exprimir la vida a base de
emociones fuertes. Y en este tipo de situaciones, el cerebro juvenil ordena una
descarga hormonal que produce una euforia mucho más fuerte que en un adulto.
Los últimos estudios apuntan que se trata de un vestigio evolutivo, ya que
enfrentarse a situaciones de peligro es la base de la selección natural para
adaptarse a un medio que puede ser hostil en un futuro. Una explicación similar
tiene la fuerza de las amistades en la adolescencia. Algunos estudios con
escáneres cerebrales sugieren que la respuesta del cerebro a la exclusión del
grupo es similar a la sensación de amenaza física. Cuando se encuentran con sus
iguales, los jóvenes liberan más oxitocina, que hace crecer la empatía y la
confianza en uno mismo y reduce el miedo social.
Volvamos al taller de los adolescentes y las
relaciones con los adultos. “Lo que nos motiva es expresar nuestra opinión, que
nos animen a la hora de conseguir un objetivo, que no nos agobien y nos dejen
espacio para nosotros”. Y este mensaje va para padres y profesores. En las
aulas están muchos de los problemas que agobian a los progenitores.
José Carrión, psicólogo clínico y
coordinador del departamento de adolescentes en el gabinete madrileño Cinteco,
reconoce que el fracaso escolar es uno de los puntos que más trata. No
obstante, lo más interesante es cuando rasca esa superficie: “Detrás ves que
los chavales tienen necesidad de afectos y trastornos de ansiedad y anímicos
por el miedo al fracaso social, principalmente. Estamos inmersos en una
sociedad del miedo: primero, el miedo a no conseguir algo, y después, el miedo
a perderlo. Actualmente existe más abandono escolar por ansiedad a no llegar a
lo autoexigido que por fracaso puro y duro. Es en la adolescencia cuando
debutan los problemas psicopatológicos de los adultos, ya que es cuando se
fragua la personalidad”. Un dato: uno de cada cinco niños y adolescentes padece
algún trastorno o problema de conducta, según Unicef. Carrión termina con un
consejo: “Los chavales solo reclaman
comprensión y autonomía”. En las escuelas de padres que imparte en Cinteco da
claves para que sepan diferenciar qué es un problema y qué no lo es, cómo poner
límites, cómo negociar y cómo reforzar actitudes positivas.
El rol de los padres tiene mucho que
ver en la independencia de sus hijos. Myriam Fernández-Nevado, vicepresidenta
de la Asociación de Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia,
insiste en un cambio de paradigma en las relaciones paterno-filiales: “En esta
sociedad tenemos a unos adultos temerosos, que no saben vivir con los riesgos a
los que se enfrentan sus hijos. Los sobreprotegen, los limitan y crean seres
humanos a los que les cuesta tener iniciativas propias. En medio de la crisis de
identidad que los adolescentes viven, los padres envían mensajes
contradictorios. De ahí vienen los problemas de seguridad de los chicos y las
debilidades que los convertirán en adultos dubitativos. Los padres han de
guiarlos en este tránsito aportándoles afecto y seguridad”. Por otro lado,
Fernández Nevado apunta que los chavales de hoy día, debido a los cambios
sociales, han tomado conciencia de que son ciudadanos con derechos y deberes, y
no solo menores. Dice que son activos, responsables y se adaptan rápido a los
cambios. Una visión que dista mucho de la de los padres.
Ahora les toca a los chavales y
lanzan el guante a sus progenitores: “¿Por qué no nos comprendéis?”, “¿por qué
no os ponéis en nuestra piel?”, “¿por qué usáis tanto la frase: “‘o si no, te
castigo?”. El debate se anima con el tema del esfuerzo y frases como: “Para
llegar a cosas que te gustan, tienes que hacer otras que no te gustan tanto”,
“nadie te va a regalar nada en la vida”, “si trabajas duro, obtendrás tu
recompensa y te sentirás orgulloso de ti mismo”. Parece que tienen la lección
bien aprendida, pero una hora después de comenzar la batería de preguntas, los
chicos ya están cansados. Resoplan y piden otro cigarro. Cuchichean entre
ellos. Sócrates ya hubiera explotado.
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